Memoria
es la capacidad para recordar, según el diccionario de la Real Academia.
Esa
extraña habilidad que nos persigue, codificando y almacenando datos,
imágenes, situaciones y palabras sin que nos demos cuenta, por más que
pretendamos dirigirla. Como un estoico verdugo que silencioso y paciente sabe
esperar.
Solemos,
infructuosamente, en algunas oportunidades, hasta renegar de ella, de su
capacidad y su persistencia. Pero no hay antídoto que dosifique su
caprichosa estancia.
Pero
me pregunto si sus logros se relacionan con el aprendizaje. Entonces la
respuesta rápida es un si rotundo... Obviamente! Me dirá la mayoría (casi) sin dudarlo…
Hasta podrían decirme que la memoria y el aprendizaje van de la mano y suele
ser imposible estudiarlos por separado.
Entonces,
si la memoria, esa fuente inacabable de recuerdos tatuados en nuestro ser, es
el más obstinado maestro… ¿Por qué solemos equivocarnos una y mil veces ante
las mismas circunstancias y no aprendemos de experiencias pasados? ¿De qué
sirve la memoria? ¿De qué sirve el aprendizaje?
Quizás
la memoria solo sea una perniciosa, compleja y enigmática herramienta,
diseminada por todo nuestro ser, que se empecina en mostrarnos que estamos
vivos… y nada más (y nada menos) que eso.
Sin
discriminar entre diferentes tipos de memoria (a corto o largo plazo, emocional,
emotiva, etc), creo particularmente que esta se sabe victoriosa y por eso nos
desafía, nos provoca, nos induce y hasta se burla de nuestros deseos y
simplemente nos deja ser.
En
síntesis, la memoria se muestra siempre activa, independientemente de nosotros,
recordándonos que somos lo que somos gracias a las experiencias pasadas y las
por venir. Nos muestra el camino. Nuestra virtud (y desafío) sería convivir con ella, como si fuera un alocado romance diario, apasionadamente, pero con calma y armonía.
Javier R. Abrigo
No hay comentarios:
Publicar un comentario