La cicatriz y el monte: la aventura de "Mate Cosido".

Cuando pienso en los viejos caminos del monte adentro, en el viento que silba entre quebrachos y el chirrido tenue del tren que cruza la noche chaqueña, aparece su figura: un hombre de cicatriz en la frente, boina negra, mirada serena y paso ligero. Segundo David Peralta aunque el mundo lo conocería como "Mate Cosido" — y su historia merece contarse como un relato de misterio, rebeldía y tierra profunda.



I. Los orígenes del fantasma.

Nació el 3 de marzo de 1897 en Monteros, provincia de Tucumán. Hijo de familia modesta, trabajó como obrero gráfico desde joven, aprendiendo la imprenta y devorando lecturas que le hablaban de justicia, derechos y libertad. 
Pero la vida le dejó una marca literal: la cicatriz que atravesaba su frente, la cual en la jerga popular se conocía como tener “el mate cosido”. De allí nació su apodo.
Era como si ese hombre, ya desde su físico, trajera consigo la grieta del sistema: por un lado la imagen del obrero silencioso, por el otro la sombra del que se atreve.

II. El Monte, la banda y la leyenda.

Hacia 1926, Peralta se traslada al entonces Territorio Nacional del Chaco, donde el monte espeso y la dispersión permitían que otro tipo de vida se tejiera. Allí conforma junto a cómplices — como Eusebio Zamacola y Antonio Rossi — una banda que tiene reglas propias: robar, sí, pero no a cualquiera; no disparar si se puede evitar; y dejar su huella indeleble, no con sangre innecesaria sino con el rumor de que el poder también puede temer. 
Escogían como blanco gigantes como La Forestal, Bunge & Born y Dreyfus — empresas con raíces foráneas que explotaban la tierra y al trabajador chaqueño. 
Y la leyenda dice que, tras el golpe, parte de lo sustraído volvía al monte, a las familias humildes, a los peones del quebracho, a los olvidados del litoral. Esa mezcla de mito de Robin Hood y bandido rural le ganó el apodo de “el bandido de los pobres”. 
En una de esas aristas del mito, se cuenta que Peralta mismo escribía cartas a revistas de la época para explicar sus motivos, para exigir que se sepa quiénes eran los verdaderos ladrones: no él, sino el que explotaba la tierra que lo había visto nacer. 

III. La persecución, la emboscada y el aire final.

El poder reaccionó. En 1938 la Gendarmería Nacional Argentina fue creada por la ley 12.367 para poner fin al accionar de los bandoleros rurales — y entre sus objetivos principales estaba Mate Cosido. 
El 22 de diciembre de 1939 se produce su último gran golpe conocido: el secuestro del estanciero Jacinto Berzón y el pedido de un rescate de 50.000 pesos. Las instrucciones: arrojarían el dinero desde un tren antes de la estación Villa Berthet (Chaco) el 7 de enero de 1940. 
Pero la trampa ya estaba tendida. Gendarmes escondidos, linternas, bengalas, disparos en el vagón… Mate Cosido fue alcanzado por un balazo en la cadera, pero logró escapar. 
Y luego: silencio. La sangre, la bombacha manchada, huellas en el monte — y nada más seguro. ¿Murió aquel día? ¿Se curó y volvió a esconderse bajo otro nombre? ¿Volvió a Tucumán o cruzó al Paraguay? Nadie lo sabe con certeza. 
Y así, mi querido lector, el hombre que una vez caminó entre quebrachos y trenes se convirtió en leyenda.

“Según el Parte de Operaciones de Gendarmería del 7 de enero de 1940, Peralta escapó herido hacia el monte. Sin embargo, los relatos campesinos recopilados décadas después cuentan otra historia: la del hombre que siguió viviendo, sin nombre, bajo el canto lento de la madera y el viento.”

Hay historias que no se dejan atrapar por la policía ni por los libros. Historias que se vuelven viento en el quebrachal, rumor en la mesa del almacén, pregunta en la ronda de mate. La de Mate Cosido es una de esas.

Mate Cosido no fue solo un hombre. Fue un mensaje.

No fue héroe puro.
No fue villano absoluto.
Fue una grieta en el orden injusto de su tiempo.

Un recordatorio de que la justicia oficial no siempre es justicia real.
Que el monte también protege a los suyos.
Y que el poderoso también teme cuando el pueblo se levanta.

Quizás lo más importante no sea cómo murió,
sino por qué vivió.

IV. Raíces que laten en Corrientes y en nuestra memoria.

Aunque su epicentro fue el Chaco y el norte argentino, es imposible no pensar que la historia de Mate Cosido tiene resonancia en Corrientes: en los lugareños que trabajan la tierra, en los trenes que ya no suenan como antes, en esa sensación de “no somos pocos los que esperamos justicia”.

La leyenda nos recuerda que las cicatrices visibles (la de él, la de la tierra) pueden transformarse en símbolo. Que a veces el enemigo no es el forajido, sino la indiferencia del poder. Y que el monte sabe guardar secretos mejor que cualquier comisaria.

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