No se puede ocultar que Argentina forma parte de una realidad universal, pero su precaria y endeble situación política, económica y social (la que parece carecer de temporalidad) hizo que el golpe sea mucho mas fuerte y cause mayores daños (que no parecen terminar de rebotar).
La realidad nos muestra la imposibilidad del gobierno de turno en reestablecer la potestad soberana del Estado para impulsar un desarrollo sostenible e incluyente, que permita redistribuir las riquezas de manera equitativa, justa y legítima, para dar a este proceso de crisis, un sustento (al menos que se insinúe) económico, político y social.
No alcanzan los aparentes logros y medidas (por ejemplo la reestructuración de la deuda o el lanzamiento del IFE) anunciadas por un grupo político heterodoxo, que parece haber perdido la brújula y la capacidad de escucha, que en algunos casos es ignorada, exacerbada o falseada por una, también vacilante, prensa local.
La pandemia, aún mas despiadada que los acreedores, puso sobre la mesa lo urgente, profundizó la grieta, desbarató diálogos (entre propios y extraños), acrecentó las desigualdades (en educación por ejemplo) y abrió las compuertas del éxodo de capitales, dejando a flor de piel una recesión preexistente mucho mas dolorosa que para la mayoría de los países que la sufren.
Hoy se vislumbra un panorama desfavorable y duro por lo que es imperativo sostener, ampliar y fortaleces un sistema de protección integral que combata esta crisis integral y procure la equidad, ya que no basta con enarbolar los pilares de la democracia y fomentar un modelo con fuerte presencia estatal (sobre todo en lo social) para revertir un futuro oscuro y peligroso para el pueblo argentino, cada vez mas cansado de tantas crisis, sean económicas, políticas, sanitarias, culturales o sociales.
Fuente: The Economist.
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